¿Adri, cómo es que has acabado viviendo en Laponia?
Supongo, que esta pregunta es una de las que más escucho al conocer a alguien nuevo y, su respuesta, una de las historias que más veces he contado. Aún así, es una historia que nunca me canso de explicar y que quiero compartir también con vosotros, con aquellos que aún no la habéis escuchado, para que podáis conocerme un poco mejor y para poneros en contexto. Al fin y al cabo, esta historia, ha abierto el paso a otros muchos capítulos en la historia de mi vida.
Podría decir que todo empezó con mi atracción por el norte. Desde pequeña, el norte me llamaba la atención. Al principio, mi concepto de norte no estaba tan lejos de casa y me conformaba con el norte de la Península Ibérica, pero, poco a poco, mi atención por el norte se fue desplazando de latitud. Miraba los mapas y sentía una gran intriga por todos aquellos lugares situados en el Ártico, por islas remotas, por la exoticidad de sus paisajes y por las temperaturas que sus termómetros alcanzaban en invierno.
Ya que mi familia no era muy viajera, soñaba con crecer y poder empezar a viajar, para descubrir estos y otros rincones del mundo. Finalmente, «crecí» y dos semanas después de celebrar mi decimoctavo cumpleaños y siendo ya, oficialmente, mayor de edad, me monté en un avión que me llevaría de Alicante a Reikiavik, la capital de Islandia.
La excusa que encontré para que mis padres me dejaran ir sola a Islandia, fue, un campo de trabajo voluntario organizado por Worldwide Friends. Al llegar a Reikiavik, la capital del país, me uniría a otros jóvenes internacionales con los que pasaríamos dos semanas recorriendo Islandia, mientras recogíamos aceite de cocina usado para hacer biocombustible. Si os digo la verdad, el proyecto dejó un poco que desear, ya que sólo hicimos biocombustible un día; las demás tareas fueron bastante diversas, desde pintar una guardería, organizar la cabalgata del orgullo Gay, a recolectar verduras en un invernadero, pero la verdad es que no me importó demasiado, ya que tuve mi primera experiencia internacional, conocí a gente genial y aprendí mucho de otras culturas y además, visitamos lugares increíbles en Islandia.
Mirando retrospectivamente, era una viajera inexperta en aquel entonces y sólo me dejé llevar. Paraba dónde el conductor decidía y no solía saber ni dónde estaba. Y si lo sabía, no podía pronunciar el nombre de ese lugar. Vi cascadas, glaciares, playas de arena negra, zonas geotérmicas, géiseres, frailecillos, ovejas y me fui con la sensación de “Wooow! He visto toda Islandia”.
Islandia también fue un lugar para la reflexión. En el momento que la visité por primera vez, estaba en una época de transición: acababa de acabar el instituto y pronto me marchaba de casa de mis padres a Barcelona, dónde iba a empezar la universidad. Islandia me sirvió para pensar en aquellas cosas que quería dejar atrás y cambiar, ahora que una nueva etapa empezaba.
Cuándo el voluntariado acabó y volví a casa, recordaba Islandia básicamente por su naturaleza tan distinta a la que me rodeaba en casa. Recordaba sus paisajes exuberantes, su aire fresco, la tranquilidad, las pequeñas carreteras y la sensación de que todo iba a otro ritmo. Quería conocer otros destinos similares y así, durante los siguientes años, acabé visitando Noruega, Suecia, Groenlandia, algunas islas del Ártico ruso e Islandia por segunda vez.
En el 2015, Finlandia aún era un destino desconocido que tenía pendiente. En aquel entonces, estaba cursando el tercer año del grado de Biotecnología en Barcelona y, cómo muchos otros compañeros, quería hacer mis prácticas en el extranjero usando la oportunidad que brindaba el programa Erasmus+ Traineeship.
La verdad es que cuándo empecé a buscar mis prácticas, me daba igual dónde ir en Finlandia, con que fuese Finlandia me bastaba. Y así fue cómo acabé haciendo unas prácticas de tres meses en el Biocenter de Oulu, un centro de investigación en la universidad de esta ciudad.
Pasé el verano y el comienzo de otoño en Oulu, una ciudad que, con 205.000 habitantes es la quinta más grande del país.
Los meses en Oulu fueron mi introducción a Finlandia, un país que, en aquel entonces no sabia que se convertiría en mi hogar.
Aquellos meses se caracterizaron por:
- Visitas al supermercado sin entender lo que ponía en los paquetes.
- Fascinación por el silencio finlandés.
- Probar toda la comida que parecía diferente y que se ponía en mi camino.
- Adorar cada pedazo de bosque y cada lago que me encontraba.
- Ir a ver partidos de hockey.
- Hacer escapadas de fin de semana a otros lugares de Finlandia.
- Descubrir muchos frutos del bosque desconocidos para mí en ese momento.
- Vivir con el sol de medianoche.
- Las primeras saunas.
- Las primeras auroras boreales.
Después de las prácticas, lo normal habría sido volver a Barcelona y retomar el cuarto y último año de carrera. Pero, cuándo miraba el mapa y veía que podía llegar a la Laponia finlandesa, uno de mis destinos soñados, en un trayecto de tan sólo 200 km, no quería irme.
Esto, junto a que había empezado a dudar de que la biotecnología fuera mi vocación, me invitó a quedarme unos meses más en Finlandia, hasta enero del 2016, haciendo un intercambio de trabajo voluntario – que encontré a través de la plataforma Workaway– en una granja de perros de trineo en Ivalo.
En estos meses, quería experimentar un invierno ártico y ver si era capaz de sobrevivir a esta estación y a sus condiciones climatológicas, ya que, mis visitas a otros destinos árticos y subárticos habían ocurrido durante los meses de verano.
No sólo sobreviví al invierno lapón, sino que…¡¡lo disfruté!!. Tuve tiempo para descubrir y para descubrirme y vi que otras formas y ritmo de vida eran posibles.
A mediados de enero, mi experiencia en Laponia acabó. Entre sollozos, despedí a Ivalo, a los huskies y a mis compañeros, todo a -38ºC para, después de pasar el día en aviones y aeropuertos, llegar a Alicante y que la terreta me recibiese con 19ºC. ¡Fueron 58 grados de diferencia!
La vuelta no fue fácil y, aunque me alegré de ver a todos los amigos y familiares, de que el sol me calentase las mejillas y de volver a tender la ropa en el balcón, no había día en el que no pensara en Laponia, la echara de menos y echara de menos cómo me había sentido allí. Miraba las fotos, soñaba despierta y dormida que volvía…y por eso, decidí que al próximo invierno, ya con la carrera de Biotecnología terminada, volvería para trabajar en la temporada de invierno de turismo, mientras me tomaba un descanso de los estudios y pensaba si quería seguir mi formación en biociencias.
Y así fue. Volví durante los seis meses de temporada (noviembre-abril) y trabajé. Cuándo los seis meses pasaron, pensé que aquí había acabado mi experiencia en la Laponia finlandesa. Sabía que volvería pero, me imaginaba que lo haría pasados muchos años, para recordar la experiencia. Por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de algo diferente, de hacer un descanso del norte y decidí viajar hacia Europa del Este.
Tras varios meses en ruta, en septiembre estaba en Rumanía y empecé a pensar, de nuevo, en el invierno en Laponia. ¡Lo empezaba a echar de menos! Y, en cuestión de diez días, tras hacer una parada en mi pueblo para cambiar equipajes, me planté en Rovaniemi, la capital de la Laponia finlandesa.
Y a partir de aquí, podría decir que mi historia de amor con la Laponia se hizo obvia. Cómo muchas otras, una historia de las de “ni contigo, ni sin ti”. Repetí el mismo patrón durante tres inviernos: vengo a pasar el invierno, me voy pensando que no volveré, lo echo de menos y vuelvo.
Fue en el invierno del 2019, mientras andaba por el lago Inari congelado en el trayecto entre el trabajo y mi casa, cuando me vi bailando en medio del lago y sin poder parar de sonreír. Me sentí afortunada, de estar dónde estaba y de la felicidad que este rincón del mundo me había dado durante los últimos años. Ahí pensé que mi relación con Laponia se estaba poniendo seria y que ya eran cuatro años yendo y viniendo. ¿Igual empezaba a ser momento de plantearme si quería quedarme?
Y…lo pensé y lo hice: en julio del 2019 me mudé permanentemente a Finlandia. Primero, cómo quería formarme y aprender mucho más sobre turismo activo y actividades en la naturaleza, tomé parte en la escuela de guías International Wilderness Guide localizada en Kuru, un pueblo del sur de Finlandia. Durante la escuela pasé los periodos de prácticas en mi querida Laponia y nada más me gradué, me mudé a Laponia y desde entonces, Laponia se ha convertido en mi hogar.